viernes, 7 de noviembre de 2008

Leonardo Ávila


Mientras hipas
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Dicen que se le fue la vida hipando sin esperanza, congestionada y adolorida.
Dicen que de tanto hipar, se quedó vacía por dentro; que en su estómago nada cabía, porque todo lo hipaba para afuera.
Dicen que de su diafragma sobrevivió una molicie irreconocible que, a fuerza de hiparlo, perdió su elasticidad y anatomía natural.
Dicen que hasta inventó nuevas formas de hipar, hipando a los amores irreconciliables que hiparon alguna vez a su lado.
Todo lo hipaba, todo: en su discurso ya no cabían consonantes o vocales, sino un conjunto articulado de contracciones breves, fugaces, impredecibles. Por eso la dejamos sola. Por eso decidimos que hipara junto a las sombras y en las esquinas solitarias. Por eso nos acongojábamos luego de escucharla hipa que hipa en cualquier sitio, desconsolada. ¿Pero qué más podíamos hacer?
Ya no queda lugar en este mundo para el hipor.
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Elemental
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Después de que se volvieron para contemplarse, consternados por lo sucedido, los cavernícolas agrupados guardaron silencio total. A sus pies se había creado un agujero grande y humeante que albergaba algo demasiado vivo, caído del cielo: una bola rojiza que aún despedía mucho calor y un olor desagradable. No pudieron ofrecerse explicación, y es que por algún motivo aquel evento reclamaba ser entendido. Algo tan rotundo pero inmóvil, algo tan ardiente y agresivo que no se preocupaba por defenderse. Era como si hubiera perdido algo, pero no por completo, como si reclamara ayuda y distancia al mismo tiempo. No soportaron la sensación de incompetencia y a todos se les ocurrió la misma cosa: a un tiempo, cada uno tomó un puño de tierra y lo arrojó. Y luego muchos otros más. Hasta que el objeto estuvo completamente cubierto respiraron satisfechos.
Algunas semanas después, pasada una gran tormenta con rayos, encontraron a uno de sus compañeros inmóvil, tendido en el suelo, con una expresión en el rostro que no acababa de ser un grito. Las reminiscencias de una experiencia incómoda ya casi olvidada los hicieron actuar por instinto.
Dos cosas se arreglaron en ese momento: el método para esquivar la desazón de la muerte y la asociación de ésta con un evento celestial.

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